La hija del escritor Jorge Franco se ganó un cupo para pertenecer a una de las academias de ballet más importantes del mundo.
Cuando Valeria Franco Echavarría nació, la memoria de su papá, Jorge Franco, el escritor antioqueño, tuvo un déjà vu. En las noches retrocedía el casete como una máquina del tiempo: le leía cuentos y clásicos infantiles que leyó cuando era niño, se transportaban a los años 60. Fue como un disparo hacia atrás, un regresar a esos universos de hadas, princesas y castillos. O una inspiración para el autor. Sí, más bien una inspiración porque esas lecturas fueron las que le dieron un toque fantástico a su novela El mundo de afuera.
Valeria tiene 14 años y bailar ballet es su devoción, lo lleva en el ADN. Desde chiquita imitaba a su mamá, quien fue bailarina de ballet: se le ponía los trajes y las zapatillas, corría en puntas por toda la casa. Como estaba convencida de que no era un capricho y su destino eran las piruetas y los giros en el aire, estudió y se preparó en varias escuelas en Bogotá. Con dedicación, persistencia y talento este año logró un cupo en una de las academias de ballet más importantes del mundo: la Kirov en Washington, Estados Unidos.
“Lo más difícil del ballet es la disciplina, es complicado, no se puede mostrar que uno está sufriendo, todo hay que hacerlo ver muy bonito. Mi profesora me dice que el ballet no es cómodo, que duele, uno tiene que sostener la pierna en el aire y saltar mucho”.
Tiene los labios y párpados pintados. Es flaca y alta, de abdomen plano y piernas largas. Su sonrisa amplia y generosa deja ver unos dientes alineados. ¿Y los pies? “Son muy muy feos, ya no me duelen tanto porque están acostumbrados a las zapatillas, para controlarlo les pongo algodón al fondo y a los dedos los lleno de curitas y vendas para generar una capa”, responde entre carcajadas.Bailar, sobre todo
Es rigurosa con ella misma porque sabe que esa exigencia propia le trae buenos resultados. Después de largas jornadas de ensayos en la academia, llega a la casa y repite una y otra vez los pasos y las rutinas que se aprendió de memoria. Corre los muebles de la sala para abrir espacio y convertirla en un escenario, pone la música y sienta a sus padres al frente para que la vean y corrijan. Este logro de Valeria es como una medalla que se ganaron ella, su mamá y su papá, en una carrera de relevos.
“Nos hemos dado cuenta de que es muy importante el apoyo de la familia, que se haga un trabajo en equipo porque a diferencia de muchas artes el ballet tiene que comenzar muy temprano por las exigencias mismas del baile, de alguna manera es un arte ingrato en el sentido que los deja muy rápido, se necesita de unas condiciones físicas especiales que se dan cuando se convierten de niños a jóvenes”, señala Jorge Franco.
Sus referentes son las bailarinas rusa Maria Kochetcova y la estadounidense Misty Copeland. Escucha todo tipo de música: desde Maluma y Ozuna hasta Beethoven y Mozart. Disfruta bailar ballet contemporáneo, jazz, danza histórica y quiere aprender salsa. Come pasta, pollo, tomate, aceitunas, zanahoria y arroz, pero no le gusta la comida de mar. Sabe inglés y está en clases de francés. Cuando grande sueña ser profesora.
Otra cosa que Valeria tiene claro en su camino artístico es que a diario se enfrenta a una lucha constante. “Entre los compañeros hay envidias y mucha competencia, pero eso lo uso como un método para crecer como bailarina. Estoy muy orgullosa de lo que he conseguido porque hay gente que tiene el mismo sueño y quiere hacer lo mismo, pero no lo consigue por alguna razón, lograrlo a mi edad inspira a otros y estoy muy feliz de llegar hasta aquí”, cuenta la única colombiana que hace parte de la Academia Kirov.¿Cómo se llega?
Para Andrea Wolff, bailarina y docente de ballet, el logro de Valeria Franco significa un gran paso debido a que para las mujeres es más complejo llegar a estas academias. “En el mercado hay una alta demanda de bailarinas, hay muchas más mujeres que hombres y tienen un talento impresionante”.
“Los bailarines que llegan hasta estos lugares en su carrera han tenido una excelente preparación y unas aptitudes físicas especiales que les permiten desarrollar la técnica del ballet. El proceso comienza con cursos de verano que generalmente son de cinco semanas, allí captan a la gente que reciben a través de las audiciones que empiezan a finales de diciembre”.
Explica que los estudiantes inician el proceso en estas escuelas internacionales desde los 12 años y después de una serie de evaluaciones y repertorios les llegan las ofertas académicas o becas. “Hay un gusto por los latinos porque son expresivos y logran mostrar algo más que técnica. En cuanto a las características, el fenotipo de las latinas es más complicado para llegar a estas escuelas porque tenemos las piernas más gruesas y somos más bajitas. Algunas escuelas de verano tienen la opción de enviar la audición en formato video cumpliendo unos requisitos y se debe pagar para participar. Es muy difícil llegar, eso implica años de preparación constante, deben saber otras asignaturas como jazz, contemporáneo y repertorio”.
Valeria ya llegó al exterior con su danza. Y hay más colombianos de los que seguro ya ha oído: el vallecaucano Fernando Montaño está en el Royal Ballet de Londres y los hermanos Jaime y Felipe Díaz Gómez han tenido una destacada carrera en Estados Unidos
EL COLOMBIANO